A última película de Sam Mendes presenta moitos parecidos con American Beauty. Desde a música (irritante para min, excesivo suliñado dramático) ata a escenografía (esas casas spielbergianas de falsa felicidade) o recordo da película anterior é evidente. Pero o punto sarcástico e irónico desaparece en favor dunha sutil pero eficaz acumulación de efectos melodramáticos ata chegar ás augas da traxedia. A atmósfera claustrofóbica preséntase, de forma paradóxica, nun diáfano espazo de xanelas inmensas desde as que se contempla en silencio o transcurso do infortunio e serve como estímulo visual para comprender sen dúbidas a escala da infelicidade.
A historia, baseada nunha novela de Richard Yates escrita no ano 1961, desenrólase durante os anos 50, se cadra a época axeitada para librar o conflicto familiar sen menoscabo da verosimilitude. Pero non só familiar, senón colectivo, xa que a loita entre o conformismo (comodidade) e a ambición persoal, que parece constituir a base das discusións íntimas, reprodúcese noutras personaxes do drama: no fillo da caseira que se volve lúcidamente tolo, nos seus pais de fastío e grisalla, nos ilusionados veciños insatisfeitos, nos estériles compañeiros de traballo. O mundo de clase media, coas xustas ambicións, cifradas nun bó posto de traballo, unha linda casa, un auto de sólida representación, ese american way of life dos anos 50, aparece discutido pola falta da felicidade íntima, da satisfacción de ilusións intanxibles, simbolizadas nun bico e nunhas mans na caluga ao calor dun baile de fox nunha noite de festa.
A película está rodada con grandísimo oficio, pero non me consigue atrapar. Algunhas esceas son extraordinarias, como os primeiros minutos do metraxe onde apenas seis planos, coa música de jazz ao lonxe, bastan para narrar unha vida case enteira. Outras demoran a angustia, prolongan os acenos mouros do enfrontamento. En xeral, esaxeran, como nunha obra de teatro naturalista, ao xeito dun Tennesee Williams postmoderno, a dimensión da intensa discrepancia. Se cadra, non aprecio eu demasiado o xénero do drama. E menos os que cheiran a final tráxico desde case o comezo. Receo da catarse sobreimposta (mesmo teatrificada) e prefiro outras canles máis libres, máis sutís.
Con este obstáculo agrándanse as figuras de Kate Winslet e Leo DiCaprio, sen esquecermos dun Michael Shannom que compón en poucos minutos un esquizofrénico maxistral. As persoaxes neuróticas (así as describe unha das personaxes da obra) de April e Frank Wheeler son interpretadas por dous actores fóra do común. De Winslet os eloxios poden verse en todos os xornais e a unanimidade sobre a súa excelencia aparece recompensada por numerosos premios. Agora non está nominada polos oscars, porque debía de ser demasiado raro que o fose por dúas películas. Pero de DiCaprio non escoitei tantas cousas. Non sei se o prurito da tradición inglesa pesa na especial admiración por Winslet, pero DiCaprio é impresionante. Cun leve movemento dun labio é capaz de mudar en segundos a percepción do espectador. Cunha ollada, cun silencio, cun mero camiñar entre a multitude pode elevar o plano. Para min, DiCaprio é o mellor actor que poden ter os EE.UU. Xa sei que o seu aparente rostro de divo o perxudica. Pero é un portento indubidable: unha forza da natureza interpretativa.
Só por ver a DiCaprio merece verse esta película.
5 commenti:
iuuuu!!! interconexión feisbló...prezionante...as pegadas de arume son inescrutabeis....marcho ver ao cordovani para lembrar tempos universitarios...ciao bambinoooooo!!!!
Desde que vira a DiCaprio naquela de Spielberg na que facía dun estafador que se facía pasar por piloto, decateime de que nel había un grandísimo actor.
O artigo de hoxe de Vila-Matas, aínda que non ten nada a ver cos dous fermosos protagonistas da foto, merece figurar neste blog de beleza "fiorentina" porque cita de pasada a Bob Dylan e o Catálogo ragionato di libri introvabili, libro que eu descoñezo. E por tantas outras cousas que tamén cita.
En busca del catálogo perdido
ENRIQUE VILA-MATAS 25/01/2009
1. No sé quién dijo que la cultura comienza con la lectura de catálogos de libros. Es muy posible. Es más, conocí una vez a alguien muy culto que era un experto en inventarios de todo tipo y los coleccionaba con una pasión tan desbordante que siempre sospeché que únicamente leía eso. Llevo años construyendo un catálogo de lo que me gusta y lo que no me gusta. Es un extenso y meticuloso inventario de amores y repulsiones, que algún día creo que publicaré: habrá sorpresas.Me acuerdo de la lista que hizo Barthes en su libro autobiográfico: "Me gusta: la lechuga, la canela, el queso, los pimientos, Haendel, los paseos mesurados, la sal cruda, las novelas realistas, el piano, el café (...) No me gustan: los perros falderos blancos, las mujeres en pantalones, los geranios, las fresas, el clavicordio, Joan Miró, las tautologías, los dibujos animados, los mediodías, la fidelidad, las veladas con gente que no conozco...". Es verdad que la lista de lo que nos gusta carece de importancia para la mayoría de la gente y aparentemente, además, no tiene sentido. Y sin embargo, decía Barthes, ese me gusta y ese no me gusta significa algo; quiere decir que nuestro cuerpo no es igual a los otros cuerpos y que podría hablarse de una especie de intimidación del cuerpo, que obliga al otro a soportarnos liberalmente, a permanecer silencioso y cortés ante goces o rechazos que no comparte. No podemos matar al otro porque nos moleste su forma displicente de mirar al mar, por ejemplo. Y en cambio, sí matamos tranquilamente a una mosca si nos fastidia. Y si no la matamos, dice Barthes, es por puro liberalismo. Total: que somos liberales para no ser asesinos.Eso me recuerda que ayer, en la sesión televisada del Parlament, oí a un orador que, a propósito del problema universitario, recurrió a la expresión "velocidad de crucero" para decir no sé qué sobre el plan de Bolonia. Lo hubiera matado. Me saca de quicio que se utilice esa expresión, "velocidad de crucero", para cualquier cosa. Me parece una horterada y no sé bien por qué. Lo cierto es que no soporto oír a alguien decir "velocidad de crucero" y he incluido esa expresión en mi lista de cosas que no me gustan, esa lista que me impide ser un asesino. Digo en ella que no me gustan los cínicos, los regalos navideños, Esperanza Aguirre, los sobacos, la gente interesada, los que emplean la expresión "velocidad de crucero"... Y que me gustan, en cambio, Bob Dylan, la curiosidad intelectual, la música de Nouvelle Vague, las rosas, el libro Veinte cosas que nos convierten la vida en un infierno, publicado en Francia por Dominique Noguez, un antiguo compañero de juergas. Noguez ha hecho un catálogo razonado de todo aquello que le produce leves malestares graves y dice que no le gustan los atascos, los dentistas, los corsos, los perros agresivos, las huelgas de transportes, las encuestas, las endoscopias...
2 - Me gustan -Barthes pudo inspirarse en ellas- las siempre geniales listas que Perec llevó a cabo, pero también los que tenía proyectado realizar, como por ejemplo aquel inventario de todas las camas en las que había dormido fuera de su casa a lo largo de toda su vida. Hay en la obra de Perec, gran hacedor de catálogos, una reiteración obsesiva de descripciones de objetos y creo que nos bastaría con las que podemos encontrar en su extraordinario La vida, instrucciones de uso para poder fabricar un libro que podría ser un animado gran inventario de objetos de todo tipo acumulados en un solo inmueble de París. La propia obra de Perec tiene la vocación del catálogo, que es muchas veces una forma de imponer un orden arbitrario al mundo. Y creo que Perec, además, veía ese mundo como un catálogo perdido.Si nos convertimos en hacedores de un catálogo, veremos que éste siempre nos sobrepasa y que, además, es recomendable no agotarlo y permitir que los lectores te reprochen haber dejado de lado muchos nombres o datos. Que alguien te avise muy ufano de que te olvidaste del coleccionista Walter Benjamin, por ejemplo. Sospecho que esta norma de no completar los inventarios la han seguido a la perfección los creadores de este sorprendente Catálogo ragionato di libri introvabili (Catálogo razonado de libros inencontrables) que he vuelto a leer estos días; un libro que Jordi Llovet calificó en su momento de "fabuloso, incomparable, una de las cimas de la literatura burlesca de los últimos cien años". A Perec también le habría encantado todo lo que contiene ese libro: referencias bibliófilas al Quijote de Pierre Menard; Quadern verd, de Jusep Torres Campalans; todos y cada uno de los libros inventados por Bolaño en La literatura nazi en América; una perla titulada Retrato del autor visto como un mueble, siempre, de Georges Perec; Enciclopedia de las ciencias inexactas, de Henri Chambernac; Eclipses littéraires, de Robert Derain (París. M. Maniere, 2000, 13,50 euros); bromas cargadas de malicia como Le facteur chouette et la derridance, de Jacques Derrida, o el libro de Roberto Benigni Los espárragos y la inmortalidad del alma (6,20 euros); un tratado sobre las narices, escrito por Hafen Slawkenbergius (Londres, Letters, Yorick 1761)... Todos estos libros y 300 más son clasificados en este volumen sobre textos que sencillamente no existen, pero que están ahí perfectamente catalogados. El libro incluso contiene una foto de la bella Rita Malú, un personaje que me es muy familiar, pero que creía que no existía. Lo que sí ya puedo asegurar que existe es Catálogo ragionato di libri introvabili, volumen publicado por Zanichelli, editores de Bolonia. Contiene un apéndice magnífico que comenta las bibliotecas imaginarias de Laurence Sterne, del capitán Nemo, de Edgar Allan Poe, del enigmático Vilém Vok y de Giorgio Manganelli, entre otros.
Ejem, desculpe Arume, pero non sei se foi feito a posta, pero a ligazón ao compositor non é exacta (creo). Supoño que haberá miles de Thomas Newman músicos en USA.
Indo ao importante: pásame con ese compositor o mesmo que co John Williams da guerra das galaxias: tódalas melodías semellan a mesma, lixeiramente retocadas. Pero gústanme.
Por penúltimo: son un grande admirador de Perec.
Por último: chíflame a Winslet; non soporto a Di Caprio (non teño motivos, só porque si)
Ten toda a razón: esquecinme de mudalo. É Thomas Newman e non Tommy Newman.
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